La curiosidad de Laura Naranjo no tiene límites. Al
igual que en El misterio Kinzel, en esta oportunidad
se ve envuelta en una oscura trama familiar que se
remonta al Chile de los años 80. El abuso y la
violencia han sido cuidadosamente ocultados,
pero como bien se sabe, más difícil que cometer un
crimen es no dejar huellas.
Laura Naranjo escribe reseñas para una biblioteca
virtual y trabaja en la transcripción de una colección de revistas espiritistas de fines
del siglo XIX y principios del XX. Fiel a su carácter solitario, vive en una casita interior,
al fondo de un patio, que le arrienda a un cantante de ópera de escaso éxito que
ocupa la casa principal. Una fría madrugada de invierno siente ruidos en el sitio de
al lado, donde antes había un caserón y hoy solo un eriazo.
Ese ruido es el disparador de los acontecimientos, pues bajo tierra se descubre un
cráneo y una extraña medalla que llevarán a Laura a investigar por qué la casa
donde vive, al parecer, no tiene dueño, y qué vínculos hay entre esa medalla, el
cementerio ruso de Santiago y un lugar perdido en medio de la cordillera en el que,
como diría Conrad en El corazón de las tinieblas, solo se atisba el horror, el horror
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