Nerea de Ugarte, a sus treinta y siete años, escribe una carta a Violeta, de trece. Como sucede en las grandes obras, esta carta termina siendo mucho más que eso: las ganas de contener a Violeta, de expresarle que la entiende y de prepararla para el mundo que le tocará vivir, derivan en una confesión y, a su vez, en el retrato de una época. La época en que la autora nació y creció (con todos sus prejuicios y el machismo arraigado), y también la época que ahora ellas comparten: el tiempo de las marchas y de las consignas, el tiempo de tomarse las calles, el tiempo de luchar. También el tiempo de una de las pandemias más feroces de la historia, la que dejó al descubierto los vicios de una sociedad capitalista, que maneja (o pretende) manejar la concepción de nosotras, las mujeres, y que nos somete a una constante sensación de inseguridad y de injusticia.
Una carta llena de lecciones simples, una declaración de principios y una invitación a vivir la vida con valentía.