En una época marcada por la vulnerabilidad y la lucha por la supervivencia, el autor recupera la noción del testigo en cuanto superviviente. Ante el horror y la impunidad, el testimonio es el recurso que queda a los que solo tienen su palabra. Y tomarla para denunciar el agravio deviene así una forma de acción.
Enrique Díaz Álvarez apuesta por una concepción de la política atenta al pathos y la experiencia encarnada. Plantea una «política del testimonio» que entrecruza la ética y la estética a la hora de explorar la potencia crítica de lo sensible. Con ello, reconsidera el alcance público de la narrativa y el arte, su capacidad para conocer el abuso, el dolor y la injusticia y lograr que nos afecten.
Este ensayo profundiza en la vocación de narrar los desastres de la guerra para dar lugar a la perspectiva omitida. Se detiene en episodios cruentos de la Historia: desde la guerra de Troya, la conquista de México, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial –con Hiroshima y el Holocausto– hasta los modernos conflictos que se libran con drones o los combates menos convencionales, como la llamada «guerra contra el narco», en México.
En la estela abierta por Hannah Arendt, el autor pone en relación relatos y fragmentos de vidas concretas –el collage de historias frente a la historia oficial– y parte de la imparcialidad homérica para pensar las formas actuales de violencia y repeler ese tribalismo basado en eliminar al enemigo.