Hay veces que el destino se empeña en ponerte a una persona delante constantemente y, si algo he aprendido con el tiempo, es que la vida puede darte segundas oportunidades. Tras el fallecimiento de mi padre, un viaje improvisado con mi amiga Laura me regaló primero el «quién»: Javi y después el «dónde»: su isla.
Aquel intenso verano trajo emociones encontradas a mi vida: la incertidumbre de un futuro donde Lucía se convirtió en mi máxima prioridad y el reencuentro con personas del pasado que nunca se fueron.
Y es que son solo unos segundos los que tardamos en pasar de la felicidad más absoluta a las dudas infinitas. Los mismos segundos que tarda el sol en ocultarse. Y así, contando atardeceres, pude descubrir que con cada puesta de sol llega la promesa de un nuevo día.